
El ex primer ministro de Gran Bretaña Gordon Brown alguna vez ofreció el siguiente consejo: “Si estás metido en un hueco, deja de cavar”. Recordé la frase hace algunos días,cuando escuché a un amigo, conocida figura en el mundo político nacional, sentenciar que “lo que necesitamos es repensar la democracia”.
Discrepo absolutamente. Pensar que las raíces de los profundos y angustiosos problemas de nuestras sociedades latinoamericanas están en la democracia, y que, en consecuencia, es ésta la que tenemos que “repensar” es seguir cavando en el mismo hueco en el que andamos metidos desde hace varios siglos.
¿Cuál es ese hueco?
El de creer que el buen funcionamiento de una sociedad y la generación de cambio social positivo dependen fundamentalmente de los procesos políticos. Ante problema tras problema … corrupción, embarazos adolescentes, bullying escolar, violencia doméstica, crecientes índices de drogadicción … la tendencia más marcada es a legislar prohibiciones, endurecimiento de penas, creación de organismos públicos a los que se encarga “resolver el problema”. Es ésta equivocada visión, que describo como la sicología de la dependencia, la que tenemos que repensar.
La tendencia a endilgar toda la responsabilidad a los estamentos de decisión política, muypresente entre nosotros y claramente visible en diversas otras latitudes contemporáneas, viene desde nuestros antepasados más remotos, poco diferenciados aún de los demás primates – los gorilas, los chimpancés – inmensamente propensos a lo que Ronald Heifetzdescribe en contundente frase como “la huida a la autoridad”, la búsqueda ansiosa, hasta desesperada, de que sean las figuras de autoridad – el espalda de plata, el macho alfa, y entre nosotros, el caudillo de turno – quienes nos alivien de la carga sicológica de asumir nuestras propias responsabilidades. Desde que los humanos comenzamos a escribir historia, que no es hace mucho, los hechos que más amplia y detalladamente se han registrado son las vidas, actividades, batallas, amoríos, triunfos y derrotas de los reyes. Durante los 100 siglos desde la Revolución Agrícola, cuando nuestros antepasados dejaron de ser cazadores y recolectores nómadas y se asentaron en sitios permanentes, establecieron monarquías casi siempre absolutas, algunas de las cuales incluso elevaban a su monarca a la condición derey-dios. Durante milenios, la gente se acostumbró, no al auto-gobierno, sino a ser gobernados por reyes, a quienes veían como padres de sus pueblos o pastores de sus rebaños. Esto de someternos a la voluntad de otro ser humano al que atribuimos sabiduría y poder superiores a los nuestros es uno de nuestros bagajes más profundamente enraizados. Con ocasionales excepciones – la Atenas clásica es una de ellas – es hace solo cuatro siglos, en el XVII, que nacieron las ideas liberales, y hace menos de tres, a fines del XVIII, que comenzaron lentamente a derrumbarse los regímenes monárquicos absolutos y a nacerlas primeras repúblicas democráticas.
Se habla mucho hoy en día de “la crisis de la democracia”. A mi juicio, éste es un grave error. No es la democracia la que está en crisis: lo está la humanidad, por su inhabilidad para ejercer la ciudadanía en democracia. Decir que eso significa “crisis de la democracia” me resulta equivalente a decir que, si me sentasen en la cabina de mando de un avión supersónico y no supiese qué hacer para aterrizarlo, sería el avión el que tendría que ser “repensado”. La triste verdad es que quienes idearon y nos dejaron la maravillosa herenciaconceptual de la democracia liberal representativa se equivocaron en algunas de sus premisas esenciales, y el más grave de sus errores fue pensar que tan pronto como nos liberásemos de la doble tiranía de las monarquías absolutas y la Iglesia, brotaría en todos nosotros, espontáneamente, todo el conjunto de actitudes y disciplinas, sentido de responsabilidad, respeto y moderación que son esenciales para el ejercicio adecuado de la ciudadanía en una democracia republicana. Pero no fue así. Tan poco preparados estamos los seres humanos en conjunto para actuar como tendríamos que actuar para poder vivir en sociedades democráticas plenamente funcionales, que regresa una y otra vez, en uno y otro lugar, incluso en los países en los que nació la democracia liberal, esa “huida a la autoridad”, el atávico llamado a someternos ante un nuevo farsante que nos promete hacerse cargo de nosotros, y de quien estamos dispuestos a depender.
¿Qué nos impulsa a tan deprimente auto-humillación?
Nos impulsan cuatro factores poderosos. Primero, el miedo … miedo a la incertidumbre, a no ser aceptados, cobijados, protegidos y amados, al dolor que traerán los propios fracasos, a no ser capaces de enfrentar los retos de la vida. Segundo, el subdesarrollo sicológico y emocional, que causa profunda inseguridad. Tercero, el artero y seductor mensaje dequienes se venden como nuestros salvadores y nos hacen tragar ruedas de molino de colosales proporciones. Y cuarto, este hueco en el que seguimos cavando, de creer que son ellos, y solo ellos, los capaces de cambiar nuestras circunstancias.
¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué hay tanta violencia intrafamiliar entre nosotros? La respuesta fácil, pero mentirosa, es que no se la controla, que faltan policías y castigos ejemplares. Pero sus causas reales se encuentran en cómo fueron criados la mayoría de hombres: a golpes, insultos, burlas y humillaciones, observando, y luego imitando, desprecio y violencia hacia sus madres y hermanas, estimulados a sentir una emoción por sobre todas las demás – precisamente, el miedo - y a pensar que uno es “hombre” si no muestra su miedo y su dolor, y es, al contrario, “macho” duro, arrogante, impositivo, desconsiderado, egoísta. Y las causas reales también se encuentran en cómo fueron criadas sus madres: sumisas, dispuestas a aguantar cualquier humillación y maltrato porque, habiéndoseles negado una buena educación y la posibilidad de mantenerse por sí mismas, tienen que someterse para sobrevivir, no solo ellas, sino también sus hijos.
¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué hay tanto embarazo de niñas de 12, 13, 14 años? La respuesta fácil es que se les ha permitido relajarse moralmente. Pero las casusas reales van, primero, por las mismas de la violencia intrafamiliar: una proporción alta de los embarazos adolescentes, en todas partes del mundo, se da porque niñas asustadas e infelices buscan refugiarse de los rigores y dolores que enfrentan en el hogar paterno y materno en la momentánea y engañosa ternura de un muchachito dominado por la testosterona. Y hay luego, en alguna proporción, una causa de embarazos adolescentes que no puede ser más moralmente repugnante: la violación por algún pariente cercano – hermano, tío, padrastro o, increíblemente, el propio padre.
¿Cree usted realmente, a plena consciencia, que estas y otras realidades que hacen infernales a nuestras sociedades para muchas, muchísimas personas, especialmente mujeres, se van a arreglar, se pueden arreglar, por decisión política, ley, acción de comando y control de parte del Estado? Si lo cree, déjeme por favor tratar de persuadirle de que ese no es el camino. Intentaré hacerlo con dos líneas de argumentación, la primera, sicológica, la segunda empírica.
Primero el argumento sicológico. No se generan madurez, reflexión, consciencia moral a palos, sea que se los use para “enseñar”, o para castigar. Lo que se genera a palos es resentimiento, odio, ira, ganas de vengarse, necesidad de compensar las propias inseguridades y falencias con la apariencia de ser fuerte y bravo. La consciencia moral, que tanta falta les hace a tantísimos individuos en nuestras sociedades, se forma estimulando el crecimiento sicológico de una persona hasta donde es capaz de reflexionar y, en función de su reflexión, de asumir como propia, de él, de ella, la responsabilidad de frenar sus impulsos y priorizar el respeto por los derechos y el bienestar del otro por sobre los propios deseos o las propias necesidades. Lograr que éste, que es intrínseco a la crianza y la educación liberal, se vuelva el paradigma dominante en nuestras sociedades y, en consecuencia, que dejemos de criar masas de personas propensas al maltrato y al abuso de los demás, NO ocurrirá porque se apruebe o se reforme una ley, se cree un nuevo organismo estatal o se fortalezca la acción policial. Ocurrirá, si ocurre, porque más y más individuos pensantes en nuestras sociedades dejen de seguir cavando en el hueco absurdo de la dependencia del poder político.
Y luego, el argumento empírico. Nuestras sociedades latinoamericanas vienen cavando desde hace siglos el hueco de esta nociva creencia de que las soluciones vendrán a través de decisiones políticas. Claro ejemplo es el hecho de que, en los dos siglos desde que se independizaron de España, las repúblicas hispanoamericanas en conjunto han aprobado cerca de 200 constituciones, un promedio de casi 10 por país, y adolecen de frondosa legislación y reglamentación sobre casi cualquier tema, pero es más que evidente que los problemas más profundos de estas sociedades no se han resuelto ni van camino a resolverse: siguen haciendo estragos entre nosotros la corrupción, la evasión tributaria, la ineficacia e ineficiencia de los organismos públicos, los índices de violencia intrafamiliar, urbana y política, la baja productividad, la tendencia a cometer abusos de todo tipo y la receptividad de grandes sectores a la demagogia irresponsable.
¿Cómo dejamos de cavar ese histórico hueco?
Como es el caso con muchos otros posibles cambios de comportamiento, éste comienza por la simple realización de que (1) es cierto que tendemos mayoritariamente a creer que resolver la mayoría de nuestros problemas corresponde solo a los estamentos y procesos políticos, (2) que esa creencia constituye un nocivo hueco que impide que estos se resuelvan, (3) que estamos hundidos en ese hueco hace mucho tiempo, y seguimos cavándolo hasta el día de hoy, y (4) que es necesario dejar de cavar y, luego, salir del hueco. Sin ese reconocimiento de la existencia del problema y de sus nocivas consecuencias, carece de sentido pensar siquiera en cómo resolverlo.
Cada uno de nosotros que reconozca la existencia y las nocivas consecuencias del problema enfrenta, a continuación, el desafío de si encogerse de hombros y pensar que “así somos y nada nos hará cambiar” o, al contrario, pensar que el cambio hacia un mayor protagonismo de la sociedad civil en el mejoramiento de nuestras sociedades es posible además de deseable.
Y cada uno de nosotros que piense que, además de deseable, ese cambio es posible,enfrenta luego un tercer juicio crítico: si permanecer de espectador y dejar que otros hagan el trabajo o, al contrario, contribuir al cambio.
Hay muchas maneras de contribuir, y a cada quien le corresponde preguntarse ¿cómo? El autoexamen honesto de si cometemos abusos de algún tipo, desde los más obvios, como calentar nuestras piscinas con gas doméstico subsidiado, o si estamos criando y educando hijos e hijas machistas, prepotentes, abusivos, o respetuosos, serios, honestos en todo sentido, es un buen punto de partida.
Y ¿qué pasará si no dejamos de cavar, y más bien nos quedamos hundidos en el hondohueco de sumisión al poder y a los procesos políticos?
Seguiremos, como lo hemos estado todos en América Latina durante siglos, expuestos a que suceda, en cualquiera de nuestros países, lo que les acaba de volver a suceder a los venezolanos: se pronunciaron masivamente en elecciones, pero los miserables enquistados en el poder no lo quieren ceder. La democracia no funciona actualmente en Venezuela. ¿Por qué? Porque demasiados venezolanos, durante demasiado tiempo, no se preocuparon por generar una sociedad civil vigorosa, en la cual sería impensable que el sátrapa de turno les diga a sus esbirros, como acabamos de oír a Maduro decir, en un video ampliamente difundido, que “quiere ver muertos”.
¿Quiénes estimulan esa clase de barbarie? En primer lugar, obviamente, los ciegos seguidores de los sátrapas. Pero, en segundo lugar, con igual o mayor fuerza, los que deciden permanecer de espectadores, y dejan que otros hagan el trabajo de dejar de cavarpara cambiar de paradigma dominante.
Quito, 14 de agosto de 2024
Comments