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Estas reflexiones nacen de una reciente entrevista por radio en la cual el entrevistador nos pidió a una amiga y distinguida colega académica y a mí que comentemos la reciente aprobación por el parlamento español de una resolución que reconoce a Don Edmundo González como presidente electo de Venezuela. Ella y yo coincidimos en que esa declaración simbólica, ni siquiera vinculante para el propio gobierno español, no hará ninguna diferencia. En lo que no coincidimos es en qué debe y puede hacerse para que termine el horror en Venezuela. El planteamiento que compartían mi distinguida colega y nuestro entrevistador es que debe mantenerse la presión internacional sobre Maduro y su régimen. Por ejemplo, decían, Brasil, uno de cuyos ciudadanos ahora ocupa la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, puede conseguir, a través de condicionamientos a préstamos que el BID pudiese otorgar a Venezuela, alguna reducción del espantoso abuso de los derechos humanos en que ese nefasto régimen incurre continua e impunemente.
Dije en ese momento, y repito acá, que a mi juicio eso es como reacomodar las sillas en la cubierta del Titanic con la esperanza de evitar que el gran transatlántico se hunda. Actividad patéticamente inútil.
Y claro, me preguntaron qué planteo yo.
Y les respondí que a mi juicio la tragedia de Venezuela, y el ominoso riesgo de que otros de nuestros países caigan en iguales o peores circunstancias, terminarán solo si logramos, o cuando logremos, cambiar el conjunto de ideas perversas bajo las cuales criamos, educamos y mantenemos en condiciones de irresponsabilidad moral a grandes masas de nuestros ciudadanos. Agregué que no debemos seguir confiando, después de décadas de evidente inoperancia, en las presiones internacionales, las declaraciones líricas, o la candorosa idea de que las cosas cambiarán simplemente porque deben cambiar
En lo que sí debemos confiar es en el poder de las ideas. Masas enormes entre nosotros creen, por ejemplo, que la lucha de clases es la condición natural de toda sociedad y que el capitalismo es un sistema explotador por esencia, premisas falsas del pensamiento marxista que impiden que podamos luchar con efectividad contra la pobreza. Muchos, muchísimos creen que el gobierno o el caudillo de turno nos sacarán del atolladero, otra falsa idea que permite a muchos seguir siendo cómodamente abusivos, incumplidos, pipones de las burocracias públicas, evasores de impuestos, padres irresponsables que abandonan a sus hijos y a las madres de sus hijos. Debemos confiar en el poder de las ideas contrarias: creer que la condición natural de una sociedad sana (no una enferma como las nuestras) es la colaboración entre los diversos estamentos sociales, capital y trabajo, empleadores y empleados, citadinos y campesinos; creer que, aunque ha existido y aún existe un capitalismo salvaje y explotador, no tiene que ser así, y cuando no lo es, es un motor como ningún otro para la generación de productividad, riqueza y bienestar; creer que a quien corresponde crear y mantener condiciones constructivas de confianza mutua, solidaridad social y gobernabilidad es a cada miembro de la sociedad civil, no solo a los gobernantes.
En teoría social, describimos lo que estoy planteando como el enfoque “culturalista”. Su premisa fundamental es que, sin negar la importancia de otras influencias, principalmente las institucionales – leyes, reglamentos el sistema judicial – y las económicas, se debe asignar esencial importancia al poder de las ideas.
Un breve e impresionista recuento del ascenso del hombre desde los inicios de nuestra especie nos permite identificar algunas ideas cuya incidencia en fue masivamente decisiva.
Comencemos con ideas que modificaron las circunstancias físicas de nuestra existencia. La más antigua, tal vez, fue la idea de conservar el fuego. Hace unos 10.000 años, en Mesopotamia, surgieron dos ideas: la de sembrar, cultivar y cosechar plantas en vez de solo recolectar frutos silvestres, y la de domesticar y criar animales en vez de solo salir a cazarlos. En Sumeria, hace unos 5.500 años, surgió la idea de la rueda, inicialmente un pesado disco sólido de madera, y más tarde, una rueda más liviana, hecha de varios radios. Hace unos 4.000 años, también en Sumeria, alguien tuvo la idea del arco, usado primero para construir puentes (otra genial idea), y luego aplicado en acueductos (otra) y en edificios de todo tipo. La idea de sistemas de la escritura, primero por medio de jeroglíficos y otros ideogramas y luego con símbolos que representaban sonidos específicos (letras) - alfa, beta, gama, delta, épsilon, las primeras dos de las cuales nos dieron la palabra “alfabeto” - que, unidas una a otra, permitieron representar palabras. La idea de sistemas de numeración y la gradual evolución del cálculo y de las demás manifestaciones de las matemáticas. La idea de imitar sonidos naturales soplando en una caña o frotando una cuerda, de la cual evolucionó el maravilloso arte de la música. Las múltiples ideas que convergen en el arte de elaborar telas a partir de hilos de algodón, de seda o de lana. La idea de capturar la fuerza del viento con grandes telas para girar las aspas de un molino o para impulsar una barca en el mar. Las ideas de la arquitectura gótica, del telescopio, de la genética, del jabón, la electricidad, la asepsia, el motor de combustión interna, la radio, los antibióticos, el acero inoxidable, las vacunas, la televisión, el Internet …
Recordemos, luego, ideas que han impactado en cómo nos relacionamos los humanos. La idea, primero expresada en el Código de Hammurabi (1795-1750 a.c.) de “ojo por ojo y diente por diente”. La idea de odiar al pecado mas no al pecador, que Martin Luther King decía haber aprendido de Ghandi, y Ghandi decía haber aprendido de Jesucristo. Las ideas íntimamente conectadas entre sí del individuo, la libertad individual y los derechos humanos, que comenzaron a surgir a partir del siglo XVII. La idea de Kant de que todo ser humano es un objeto en sí mismo y ningún ser humano debe ser usado para satisfacción de las necesidades de otro. Las destructivas ideas marxistas, ya mencionadas, de la lucha de clases y del capitalismo esencialmente explotador. Las ideas de “raza” y de la supremacía de la raza blanca. La idea de la superioridad del hombre sobre la mujer.
Y bien … regresemos al punto de partida. Dije durante la entrevista de radio, y repito acá, que a mi juicio la tragedia de Venezuela y el ominoso riesgo de que otros de nuestros países caigan en iguales o peores circunstancias terminarán solo si logramos, o cuando logremos, cambiar el conjunto de ideas perversas bajo las cuales criamos, educamos y mantenemos en condiciones de irresponsabilidad moral a grandes masas de nuestros ciudadanos.
¿Cómo?
Con el poder de las ideas.
En especial, con el poder de las siguientes ideas.
La primera es la idea de que no solo a los políticos o a “las autoridades”, sino a todos y a cada uno de nosotros corresponde definir si nos tratamos abusiva o respetuosamente, autoritaria o democráticamente, y si aceptamos o no que se violen sistemáticamente a nuestro alrededor todas las normas de un convivir decente.
La segunda es la idea de que no se enseñan ni se imponen la madurez y la responsabilidad moral, y de que, al contrario, si queremos vivir entre gente responsable y respetuosa, debemos criar y educar gente responsable y respetuosa a través de sistemas de crianza y educación liberal que estimulen la reflexión y el crecimiento interior, no el miedo, la memorización y la mediocridad moral.
La tercera es la idea de que el más constructivo ejercicio de la autoridad y del poder no consiste en “guiar” o en “dirigir” a otros sino, más bien, en movilizar la voluntad y la capacidad de todos para asumir sus propios retos y responsabilidades.
La cuarta es la idea de que adoptar y persuadir de la validez de estas poderosas ideas tampoco debe ser dejado a solo unos pocos “profesores” o “filósofos sociales”. Es responsabilidad suya.
¡Asúmala!
Quito, 2 de octubre de 2024
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