
Tengo amigos que sostienen que la realidad humana actual es peor que la de cualquier momento en el pasado, y habemos, al contrario, quienes creemos que nunca en la historia de nuestra especie hemos estado mejor.
Ofrezco algunas reflexiones sobre este importante debate, que gira en torno al concepto del
“progreso”, término que adquirió gran auge entre los pensadores de la Ilustración francesa,
y luego cayó en desuso, e incluso adquirió una mala reputación.
Planteo que existen tres maneras de concebir el “progreso”, que examinaré en esta líneas.
Diferenciando entre ellas, y analizando el tema de si estamos mejor o peor en términos de
cada una, podemos llegar, creo, a conclusiones razonables acerca de si, en efecto, en la
actualidad estamos mejor o peor que en tiempos pasados.
La primera manera de entender “progreso” es como una continua evolución homogénea y
generalizada de toda nuestra especie hacia cada vez mayores niveles de bondad,
generosidad y demás virtudes.
Podemos encontrar la posibilidad del “progreso” de la humanidad, así entendido,
bellamente visualizada en una de las obras más profundas del Renacimiento italiano, el
Discurso sobre la dignidad del hombre del Conde Giovanni Pico de la Mirandolla (1463-
1494) en la cual el autor plantea que, al momento de la creación, Dios puso a los humanos
frente a la decisión de ascender a niveles divinos o descender a los de las bestias. Puede
interpretarse de otra manera, pero me parece claro que, para Pico, éramos todos los
humanos en conjunto, y no solo determinados individuos, los que enfrentábamos ese
posible ascenso o descenso.
Sobre este último punto no cabe duda cuando analizamos la obra de uno de los más
insignes exponentes de la Ilustración francesa, Nicolas de Caritat, Marqués de Condorcet
(1743-1794), brillante matemático, economista y filósofo social, secretario vitalicio de la
Real Academia de Ciencias, miembro de número de la Academia Francesa, colaborador de
la original Enciclopedia, y liberal moderado que había votado en contra de la condena a
muerte del rey Luis XVI, quien durante sus últimos ocho meses de vida, escondido de la
persecución instaurada por el Terror Jacobino, escribió su Esbozo para un cuadro histórico
de los progresos del espíritu humano, en el cual plantea que los seres humanos aspiramos
naturalmente a lo que él llamó “el progreso del espíritu”, una continua evolución de toda
nuestra especie hacia cada vez mayores niveles de generalizada bondad y virtud.
Acá sí, sin la menor duda, el concepto de “progreso” se refiere a la evolución hacia un
“nuevo hombre”, esencialmente diferente y liberado de los vicios del anterior, que
Condorcet creía que emergería natural y espontáneamente cuando cayesen derrotadas las
fuentes gemelas de tiranía en el mundo, la monarquía y la Iglesia.
La bella ilusión, tanto de Pico como de Condorcet, de que todos los humanos pudiésemos
volvernos virtuosos, amables y generosos claramente no se hizo realidad. Luego de la
muerte de Condorcet en 1794, sobrevino catástrofe tras catástrofe de hechura puramente
humana: la dictadura y las guerras napoleónicas, las revoluciones europeas del siglo 19, la
gran expansión colonialista del mismo siglo, la Primera Guerra Mundial, el holocausto
armenio por los turcos, la instauración del régimen soviético en Rusia, el holocausto judío
por los nazis, la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, la instauración del
imperio soviético en toda Europa Oriental … Más parecería que, ante la disyuntiva
planteada por Pico, habíamos escogido descender a los niveles de las bestias. No es en
absoluto sorprendente que, en el transcurso de todos estos y muchos otros horrores, tal
como había sido planteado y defendido por Condorcet, el concepto de “progreso”cayó en
desuso y adquirió una mala reputación.
Hay, sin embargo, una segunda forma de entener “progreso humano”. Consiste en
concebirlo en términos más bien individuales, como el crecimiento interior de cada persona hacia mayores niveles de madurez, inteligencia emocional, empatía y demás virtudes, que si se da en una masa crítica de individuos, evidentemente incidirá para bien en las condiciones generales de toda la sociedad y la humanidad. Un clásico exponente de esta línea de pensamiento es Erich Fromm, quien a mediados del siglo 20 propuso el concepto de progresiva “individuación”, es decir, de “volverse un individuo pleno”, como el
necesario antecedente para poder vivir una vida plena y sicológicamente íntegra, y para
poder entrar en relaciones de amor maduro y constructivo.
Me parece que los más importantes avances de la sicología y la filosofía contemporáneas
son totalmente coherentes con esta forma de entender el “progreso”, centrada en el
desarrollo específico de la fortaleza sicológica y emocional de cada individuo, uno o uno.
Hacia ahí apunta la propuesta de Viktor Frankl de la crucial importancia de que cada uno de
nosotros encuentre qué le da sentido a su vida, que presenta de manera tan impactante en el contexto de su propia experiencia en un campo de concentración nazi. Hacía ahí también
apunta, sin duda, la luminosa teoría de la inteligencia emocional, propuesta recién en 1990,
que nos lleva a la realización de que nunca antes, pero afortunadamenrte ahora, hemos
pensado siquiera de manera sistemática en cómo vencer a nuestros demonios interiores y
volvernos seres más plenamente humanos, menos propensos a dejarnos arrastrar por
nuestras emociones destructivas. Y hacia ahí apunta, creo, hasta la angustiosa idea de
Albert Camus de que “hay que imaginarnos a Sísifo feliz” cuando vuelve a empujar cuesta
arriba a su roca, maravillosa metáfora para la digna volutad de no dejarnos vencer por
desafíos y tribulaciones, coherente con el sentido que Frankl encontró aún en Auschwitz,
con la integridad de Mandela en Robben Island, con la capacidad para afirmar su dignidad
y rehacer sus vidas de incontables víctimas de abuso sexual y tráfico de personas.
Y hay, luego, una tercera manera razonable de entender “progreso humano” que tiende a
concebirlo como el desarrollo de conocimientos y la aplicación de los mismos para mejorar
las condiciones en las cuales se desenvuelve la vida humana. Maravilloso exponente de esta
forma de entender el “progreso” es el bello libro de Jacob Bronowski The Ascent of Man,
que en español sería El ascenso del hombre, que narra de manera excepcional ese
extraordinario proceso a través del cual, desde los que Carl Sagan llamó los “olvidados”,
nuestros ancestros dominaron el fuego, desarrollaron la agricultura, domesticaron animales, formularon las artes de quebrar y dar forma a piedra y madera, organizaron pueblos y ciudades, desarrollaron la cerámica y la arquitectura, el arco, las torres góticas, las matemáticas, la armonía y la música, aprendieron la extrusión y la aleación de metales, la química, la genética, la medicina, formularon jeroglíficos y alfabetos y diversas formas de
grabar palabras e ideas, domaron a la electricidad, al átomo y a las partículas subatómicas,
lograron volar y salir a explorar los astros …

Volvamos al debate que mencioné al inicio de estas líneas. Me parece evidente que la
determinación de si hemos progresado o no como especie depende absolutamente de cómo
entendemos “progreso”.
Bajo la visión de Condorcet, aquella ilusa esperanza de que, eliminadas las barreras de las
tiranías, afloraría el espíritu humano en toda su perfectible gloria, es más que evidente que
no hemos progresado. Seguimos entrampados en guerras, odios, venganzas, abusos
espantosos incluidos, entre los más terribles, la esclavitud de millones de seres humanos, la
trata de mujeres y niños y conscientes intentos de genocidio.
Bajo la segunda visión, que entiende que la humanidad está progresando en la medida en
que cada vez más individuos logran crecer sicológica y emocionalmente y alcanzar la
plenitud de su potencial como seres humanos, porque logran ser libres de restricciones
impuestas por otros y también de limitaciones en sus fueros internos, las evidencias son
abrumadoras en favor de que hemos progresado masivamente, y, lo que es mucho más
importante, que estamos progresando cada vez más aceleradamente. Como nunca antes, en
el último siglo – menos del 0,000005% de los más de 200.000 años de existencia
reconocible de nuestra especie – bajo la benéfica influencia de la sicología, la sicoterapia y
la neurobiología, millones de seres humanos han podido emprender la búsqueda de su salud mental y bienestar emocional, se va venciendo el tabú en contra de buscar ayuda sicológica, van desapareciendo teorías anticientíficas, nacidas en la antigua Grecia, que buscaban explicar los desórdenes y las fragilidades sicológicas y emocionales como evidencias de que la persona está posieda por demonios.
Y bajo la tercera visión, ninguna duda cabe. Ni siquiera el fascinante relato del ascenso del
hombre que hace Jacob Bronowski logra hacer justicia a todo lo que, en términos de
facilidades, comodidades, protecciones, oportunidades ha progresado nuestra especie
durante los últimos 200.000 años. Y, reiterando lo ya anotado, el progreso se ha acelerado
exponencialmente en el pasado reciente: la vasta mayoría y lo más espectacular de los
progresos en este sentido se han dado en solo los últimos 3 siglos, es decir, el 0,000015%
de la existencia de nuestra especie.
Analizadas las tres maneras de entender “progreso humano”, saco cuatro conclusiones.
Primero, es falsa, por inalcanzable, la aspiración, en el primer sentido, de un “progreso”
uniforme y generalizado de toda la especie, la gestación de un “nuevo hombre” que muchos
utópicos, incluidos los marxistas, pretenden que puede ocurrir a base de cambios en la
institucionalidad económica y social.
Segundo, es más que claro que hemos progresado en el segundo y el tercer sentido de
“progreso”, ambos extremadamente importantes.
Tercero, el progreso que se ha comenzado a dar en términos del ascenso de más y más
individuos hacia una realidad interior más plenamente humana y satisfactoria es la que
debemos impulsar, apoyar, aplaudir, celebrar, y ver como una ilusión válida, primero
porque sus potenciales beneficios son del todo luminosos, y segundo porque, como lo
evidencia cada caso que conocemos de superación, derrota de demonios interiores,
vencimiento de comportamientos auto-destructivos y de adicciones, mejor manejo de la ira
y otras emociones destuctivas, es factible.
Cuarto y último, ese progreso de cada vez más personas hacia su propio bienestar
individual tiene y tendrá un evidente efecto social, primero en núcleos más compactos –
familia, lugar de trabajo, vecindario – y con el tiempo, en círculos concéntricos cada vez
más amplios, hasta constituir la mejor aproximación que podemos esperar a un total
“progreso” de toda sociedad y de la humanidad en su conjunto.
Quito, 13 de diciembre de 2023
Comments