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Se ha suscitado una enorme polémica, en el Ecuador y en toda América Latina, entre
quienes defendemos y quienes condenan la decisión del Presidente Daniel Noboa de
ordenar la incursión de la Policía Nacional ecuatoriana en la Embajada de México en Quito
y la detención al interior de ésta del exVicepresidente Jorge Glas, condenado a prisión por
actos de corrupción.
El análisis más simple del asunto se limita a lo obvio: la violación de la inviolabilidad de la
sede diplomática de otro país, consagrada en varias convenciones del derecho internacional
vigente, y respetada desde hace algunos milenios, mucho antes de que dichas convenciones
siquiera existiesen. Desde esa perspectiva, he leído algún número de afirmaciones de que lo
hecho por el Presidenrte Noboa y su Gobierno “es una barbaridad”.
Pero creo que este tema es mucho más complejo. El hecho obvio de que ha sido violado un
principio impotante del derecho internacional es una consideración, que obviamente no
puede ni debe ser ignorada, pero hay otras consideraciones, que tampoco pueden ni deben
serlo.
Comencemos por poner el tema en contexto. La sociedad ecuatoriana está inmersa en una
confrontación que, aunque mucho menos intensa, violenta y mortífera que la larga
confrontación armada que vivió Colombia, o que las guerras de insurgencia civil del siglo
pasado en varios países de América Central, no deja de ser una guerra a muerte. ¿Entre
quiénes? Del un lado, la gran mayoría de nosotros, la sociedad civil ecuatoriana, que
buscamos llevar existencias pacíficas y amables, gozar de buena salud y de los diversos
placeres que nos pueda traer la vida, trabajar, criar, educar, cuidar y proteger a nuestros
hijos y demás seres queridos; y junto a nosotros, en cumplimiento de su más alta
responsabilidad, segmentos importantes de Gobierno Nacional y los gobiernos seccionales,
de la Asamblea Nacional, del Poder Judicial, de la Policía Nacional y de las Fuerzas
Armadas. Del otro lado, enfrentada a nosotros, está una ponzoñoza alianza de delincuentes
desalmados, políticos venales enemigos de las libertades ciudadanas y de los derechos
humanos, y miembros corruptos de esas mismas instancias estatales. No vivimos en las
espantosas condiciones de violencia en la que están viviendo, por ejemplo, los ciudadanos
de Ucrania desde la invasión rusa hace un par de años, pero tampoco vivimos en una isla de
paz. Como consecuencia de esta guerra de baja intensidad en la que estamos inmersos, han
sido asesinados, en poco más de un año, el candidato presidencial Fernando Villavicencio,
dos alcaldes y una alcaldesa en Manabí y un alcalde en Guayas, se han dado varias
masacres al interior de nuestras cárceles, ocurren secuestros y muertes violentas a cada
momento, la Fiscal General de la Nación, mujer de descomunal y admirable valentía, está
amenazada de muerte y, además, de destitución por juicio político …
Y debemos preguntarnos ¿Quiénes promueven todas estas amenazas a nuestras vidas y a
nuestro bienestar? Entre otros, el ex Vicepresidente Jorge Glas y sus coidearios, tanto
nacionales como extranjeros, incluido el Presidente de los Estados Unidos de México,
Andrés Manuel López Obrador. Ellos no son unas dulces palomitas que nada hicieron ni
nada traman. Son mentalizadores, proponentes, defensores, y en consecuencia claramente
corresponsables de esta confrontación a muerte.
Y ¿Qué han hecho estos mafiosos? Entre muchas, muchísimas otras gravísimas fechorías, han violado sistemáticamente el sistema internacional de asilo diplomático y político, cuya violación por el Gobierno del Ecuador ahora denuncian: una exMinistra de ese mafioso grupo se fugó de la Embajada de Argentina con la aparente complicidad del propio Embajador; el señor Glas, no perseguido político sino reo sentenciado, sindicado y formalmente acusado de otros crímenes, y en consecuencia no legítimo beneficiario de asilo ni diplomático ni político, solicitó asilo en violación flagrante de ese sistema cuya protección ahora exige; el presidente López Obrador le concedió asilo político en similar violación flagrante.
A las reglas de un sistema no se las respeta selectivamente, ni se reclama que sean
respetadas, solo una u otra de ellas, y solo cuando nos conviene que sean respetadas. Estos
angelitos, hipócritas y mañosos, actúan como actuaría un equipo que exige que se les
permita participar en un torneo de fútbol a condición de que a ellos no se les cobre los
penales que cometan.
Dicho todo esto, nada niega que quienes nos oponemos a ellos enfrentamos un claro
dilema: ¿justifica su hipócrita y mañoso accionar el que de nuestro lado también se violen
las reglas?
Pienso que en circunstancias extremas, y en ausencia de otra posible solución, la respuesta
es que sí. Hay momentos y circunstancias en que la única posible resolución de un dilema
moral consiste en violar algún principio en favor de otro u otros. Sustento esta posición con
dos ejemplos.
El primero, que publiqué en un libro hace 20 años y he usado muchas veces en el aula
cuando con mis estudiantes hemos analizado este espinoso tema de los dilemas morales, es
el del hombre que esconde a un amigo a quien alguien busca para matarlo. Entre los valores
que ese hombre tiene por absolutos e irrenunciables está el respeto por la verdad. ¿Qué
debe hacer si por principio nunca miente? ¿Decirle al asesino donde está escondido su
amigo?
El segundo es el del asesinato del dictador dominicano Rafel Leónidas Trujillo. Si no
conoce su historia, le recomiendo que lea La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, que
nos revela al sátrapa desalmado que, con la permanente amenaza de torturas, desapariciones y muertes, exigía a sus ministros que no protesten si se acostaba con sus mujeres y a funcionarios de su gobierno que le entreguen a sus hijas para deflorarlas. Había construido un sistema de dominio-sumisión tal que no se veía manera de librar a los dominicanos de esta horrenda pesadilla, hasta que, finalmente, un pequeño grupo logró tenderle una emboscada y asesinarlo. Tremendo, terrible … pero ¿simplemente condenable, en aplicación de El Quinto, No Matarás?
Mi meditación sobre ambos ejemplos me ha llevado, desde hace mucho tiempo, a la
conclusión, aplicable ahora en el caso del señor Glas y la Embajada de México en Ecuador,
de que en ciertas circunstancias extremas, y la nuestra actual es una de ellas, no gozamos
del privilegio de ser rígidamente fieles a un determinado principio, porque otro más
poderoso nos obliga a violar el primero. Dejar que avezados criminales se burlen del
sistema mundial de asilo diplomático y político porque, para risa de ellos, nosotros lo
respetamos a pie juntillas simplemente no me es aceptable. Hacerlo sería para mí un acto de cobardía, camino a la derrota total.
Aquel hombre que nunca miente debe hacer una excepción, y mentir para salvar la vida de
su amigo. Aquel grupo que liberó a República Dominicana del horror de la tiranía de
Trujillo hizo una excepción, y mató a un hombre. El Presidente Daniel Noboa, la Canciller
Gabriela Sommerfeld y demás miembros del Gobieron ecuatoriano que intervinieron en el
manejo de esta compleja situación hicieron una excepción que nos coloca en mejores
condiciones para ganar esta infame guerra, que nadie de nosotros, sus víctimas, hemos
deseado ni buscado.
Quito, 7 de abril de 2024
Estimado Jorge,
Bien lo escribes, hay situations en que, el mal mayor, nos pone en una situación de dilema entre el respeto a los principios éticos y legales a carta cabal o su ruptura por un ideal ético mayor.
El desafío que aflora hoy día en el mundo es indiscutiblemente de carácter ideológico y moral.
Una ideología que aflora en varios países y regiones. Algo que ya vemos en la Rusia de Putin y sus oligarcas, el nazismo, el comunismo, las monarquías medievales, los imperios romanos y así por mencionar los más famosos. La justificativa de descalificar o desconocer principios democráticos, éticos y humanistas y validar valores anti humanos y anti éticos como la famosa violencia revolucionaria del comunismo marxista.