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Corto plazo… largo plazo

jzalles3

Crece entre nosotros, y en toda América Latina, la admiración por el señor Bukele y la aplicación de “mano dura” para resolver los problemas de violencia e inseguridad en su atribulado país, y este hecho es muy entendible. El que bandas de delincuente hubieran llegado a hacer invivibles a las ciudades y los pueblos de El Salvador es a todas luces inaceptable.

 

Crece, por otro lado, la inquietud, entre al menos algunos de nosotros, por el riesgo de que en el proceso de poner orden y hacer nuevamente vivibles a esas ciudades y a esos pueblos, ocurran, como parece que están ocurriendo, violaciones a los derechos humanos.

 

Surge acá, como lo plantean muchos, un aparente dilema: o respeto por los derechos humanos y un consecuente desmadre social, o respeto por las vidas y la tranquilidad de la ciudadanía y una consecuente secuela de atropellos y abusos.

 

¿Es adecuada esa forma de entender el asunto?

 

Creo que no lo es.

 

Se han planteado similares disyuntivas aparentemente válidas en el pasado, que en el fondo esconden pobreza analítica y conceptual. Tal vez el más clásico ejemplo de los últimos 50 años fue el estribillo de “Prefiero ser rojo que estar muerto” con el que miles de europeos protestaban en las décadas de 1960 y 1970 contra la presencia, en diversas partes del lado occidental de su continente, de armamento nuclear colocado ahí para disuadir las intenciones expansionistas del tiránico régimen soviético

 

¿Eran esas – ser rojo, es decir, de una vez aceptar y someterse a la tiranía comunista, o estar muerto - las únicas dos opciones? Si así hubiese sido, habría hecho sentido el estribillo. Pero no eran esas las únicas posibilidades. Existía también la que en efecto se dio: Europa Occidental se convirtió, durante la segunda mitad del siglo XX, en una de las zonas más pujantes y creativas del planeta, muchas de sus ciudades pasaron a ser consideradas entre las que mejor calidad de vida ofrecen, volvió a desplegar una desbordante riqueza científica, artística, tecnológica, cinematográfica, y nadie en Europa Occidental tuvo que hacerse “rojo” ni murió en un holocausto nuclear.

 

Es igualmente falsa, creo, la disyuntiva que con frecuencia estoy oyendo plantear cuando se habla del señor Bukele y de El Salvador: “Cuidado con las violaciones de los derechos humanos”, digo yo, y viene la respuesta, “Claro … protegen los derechos humanos de los criminales, pero ¿Y los derechos humanos de las víctimas?”

 

No son mutuamente excluyentes.

 

Por supuesto que los derechos humanos de las víctimas – más ampliamente, de toda la ciudadanía pacífica, todos nosotros – son fundamentales y deben ser protegidos. Para eso y por eso son legítimas la existencia de las fuerzas del orden y su despliegue cuando las del desorden nos amenazan. Pero eso no quita que los delincuentes, incluidos los muchachitos miembros de las maras en El Salvador, también gozan de derechos humanos, que deben ser respetados. Puede no gustarnos, y comprendo que a muchos, especialmente a quienes defienden la idea de que a un joven se lo endereza moralmente a puñete limpio, les parezca perfecto que les caigan a palo y bala, y bueno … si mueren algunos … incluso algunos que no tenían nada que ver … … ¡qué pena!

 

Pero, primero, no es aceptable que mueran o sean encarcelados y torturados “incluso algunos que no tenían nada que ver”. Aspecto esencial de los derechos humanos, civiles, ciudadanos, desde que comenzaron a surgir estas ideas, es que una persona tiene derecho a no ser privada de su libertad o su vida sin causa justa, orden de autoridad debida (léase un juez) y derecho a la defensa. Decir eso no significa, como me han tratado de endilgar en más de una ocasión, que defienda un pretendido “derecho” de un desalmado a atacarme o a atacar a mi esposa, mis hijos, mis nietos o a quien sea. ¡No! Nadie tiene tal “derecho”. Pero sí goza del derecho al debido proceso en el uso de la fuerza para frenar su accionar, su detención, su encarcelamiento, su juicio, su eventual condena y castigo. El ánimo vengativo, ampliamente aplaudido, de, por ejemplo, privar a un preso de comida decente hasta que toda la población del país tenga comida decente no se compadece con la más mínima decencia moral.

 

Y segundo, discrepo absolutamente con esa vieja idea, que oigo defender a cada rato, de que la moral (como la letra) “a sangre entra”. Un ser humano adquiere una plena consciencia moral a través del largo y complejo proceso de madurar sicológica y emocionalmente. No sirve el solo hacerle memorizar reglas y preceptos hasta que los repita de paporreta, sin siquiera poner atención en lo que está diciendo, mucho menos sepa lo que significa. No sirve solo castigar el comportamiento violento y dañino y pretender que el castigo llevará a las reconsideraciones y reflexiones que eventualmente pudieran hacer que una persona cambie. Lo único que genera genuina convicción moral, y eventualmente eliminará las maras y las pandillas y todas las trágicas consecuencias de su existencia y actividad es la crianza y educación de niños y jóvenes bajo los preceptos liberales de formación humanista, la generación de seres humanos plenamente humanos, decentes, respetuosos, capaces de empatía.

 

“¡Ah!” Me dirán … “¡Claro! ¡Pero eso solo se puede lograr a largo plazo!”

 

De acuerdo. De ahí el título de estas reflexiones: “Corto plazo … largo plazo”.

 

Resulta útil hacer un paralelo entre esa a mi juicio falsa disyuntiva entre “Bukele o caos” con otra: “Corto plazo o largo plazo”. Puedo comprender que muchos, muchísimos, no solo salvadoreños sino ecuatorianos, mexicanos, argentinos, peruanos, hartos de oleadas de violencia e inseguridad tal vez nunca vistas, pongan toda su atención solo en el corto plazo, en erradicar esa violencia y esa inseguridad, sin darle la más mínima importancia a ninguna otra consideración. Sucedió en Francia a fines del siglo XVIII, cuando, a tal nivel de espanto había llegado la inseguridad ciudadana provocada por El Terror y sus secuelas, que la población, exhausta, se sometió a la “mano dura” de Napoleón Bonaparte que culminó en la restauración, en la persona del tirano devenido en nuevo “Emperador”, del régimen monárquico que la Revolución de 1789 había eliminado.

 

Pero el corto plazo y el largo plazo tampoco son mutuamente excluyentes. Acéptese, por último, que la situación de El Salvador ya no admitía otra “solución” que la que se está dando, o que en Francia nada habría reestablecido un mínimo nivel de orden social si Bonaparte no hubiese tomado el poder como lo tomó. Aun en ese extremo, creo que es fundamental que veamos tal salida coyuntural, in extremis, como cuando no queda más remedio que amputar una pierna para evitar que la gangrena pase al resto del cuerpo, como eso: una más que lamentable medida de último recurso, no deseable en sí sino solo aceptable por lo extremo de las circunstancias.

 

El mayor miedo que me provocan el señor Bukele y sus entusiastas adherentes, más allá del ya declarado de que su régimen con seguridad traerá enormes abusos, es el miedo a que se haga permanente la puesta a un lado de una visión a largo plazo, bajo la cual se dedicarían tiempo, recursos y esfuerzos a cambiar todas las circunstancias de una sociedad en el fondo fracasada, que por ello tuvo que recurrir a los recursos extremos, hasta posiblemente necesarios, a los que ha recurrido.

 

¿Se le ocurriría a alguno de nosotros celebrar el haber tenido que sufrir la amputación de una pierna para salvarnos de la gangrena?

 

 

 

 

Quito, 21 de septiembre de 2023

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