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En un reciente seminario académico de muy alto nivel, solicité que los participantes por
favor respondan a la siguiente pregunta: “¿Cuántos de nosotros consideramos que la única
forma de lograr el buen comportamiento de un grupo humano es la dura imposición de
castigos por transgresiones?”
Antes de que respondan, aclaramos la pregunta con gran precisión: “¿Quieres decir,” me
preguntó uno de los participantes, “a palos?” “Exactamente,” le contesté. “Puesta de otra
forma, la pregunta es ¿Cuántos de nosotros consideramos que la única … repito … la única
… forma de lograr el buen comportamiento de un grupo humano es a palos?”
La mayoría respondió que, a juicio de ellos, “a palos” es la única forma. Uno de los
presentes incluso me preguntó “¿Y qué otra forma hay?”
Comienzo por responder a esa pregunta, que merece respuesta.
La primera “otra forma” posible, cuyo máximo proponente, a mediados del siglo pasado,
fue el médico norteamericano Benjamin Spock, parte de la premisa de que la consciencia
moral es innata en el ser humano y que, en consecuencia, la mejor manera de desarrollarla
es dar plena libertad a los niños desde pequeños … que hagan lo que quieran, como
quieran, cuando quieran … y que, creciendo así, sin límites, desarrollarán,
espontáneamente, la capacidad para fijarlos ellos mismos. La propuesta de Spock logró
cierta influencia por un corto tiempo, pero ha sido totalmente descartada por la sicología
contemporánea seria. Existe más bien un amplio consenso alrededor de la idea,
esencialmente contraria a Spock, de que, en ausencia de límites, y conscientes de que ellos
mismos no son capaces de fijarlos, los niños se sienten desconcertados e inseguros.
Necesitan límites, y saben, o sienten, que los necesitan.
El segundo posible “otro” enfoque plantea que los comportamientos moralmente
adecuados resultan de identificarse con una figura admirada y respetada, un Maestro como
Jesucristo o Buda, cuyos valores y creencias uno adopta y cuyas actitudes y
comportamientos imita. ¿Es éste un modo efectivo? Para muchas personas sí lo es.
Tenemos amplias evidencias de que, siguiendo las enseñanzas de grandes Maestros,
millones de personas han vivido y viven vidas sanas y constructivas. Surge, sin embargo,
una objeción a este segundo enfoque: el comportamiento moral de los seguidores de
maestros no es autónomo: es más bien “dirigido desde afuera”, y en consecuencia, cuando
enfrentan dilemas morales no contemplados en las enseñanzas de sus maestros, es muy
posible que no los puedan resolver.
De ahí nace el tercer posible “otro” enfoque, según el cual la manera más segura de lograr
el buen comportamiento de las personas es estimularles a desarrollar una consciencia moral que les guiará “desde adentro” y les brindará autonomía frente a cualquier desafío. ¿Cómo estimular el desarrollo de una consciencia moral? A través de la inducción a la reflexión y a la empatía, que llevan a una persona a la convicción de que no debe hacer daño a otros, al profundo deseo de no hacerlo y, lo más importante, a la capacidad para frenar sus propios impulsos dañinos.
Me inclino por el tercer enfoque. Me atraen de él, sobre todo, la mayor posibilidad que
encierra de un profundo enraizamiento de la convicción moral, y, además, aquella
autonomía que asegura la formulación de juicios moralmente válidos en cualquier
circunstancia, por desconocida que sea.
Ofrecida una razonable respuesta a la pregunta de “qué otra forma hay”, regresemos a la
respuesta de la mayoría – “solo a palos” - a la pregunta que yo había hecho. En mis ya
muchos años de vida, durante los cuales he conocido gran severidad paterna, la amenaza,
cuando niño pequeño, de que al infierno iba a ir a dar, escuelas y colegios de extremo
rigor, dictaduras militares, toques de queda, la violencia de conflictos armados, no
recuerdo un momento que más claramente me haya ayudado a comprender lo
profundamente arraigada que está entre nosotros la sicología del autoritarismo.
Y reflexionando sobre ello, me hago una pregunta: La crianza a palos ¿es siquiera un modo
efectivo para lograr el comportamiento moralmente aceptable de las personas? La
evidencia empírica muestra claramente que no lo es. Si fuese un modo efectivo, hace rato
que las nuestras debieron ser sociedades modelo. A palos es, en efecto, como más
típicamente se cría y se educa entre nosotros, desde hace siglos, pero las nuestras están
muy lejos de ser sociedades virtuosas: sometidos, la mayoría de nosotros, a padres
autoritarios, madres autoritarias, profesores autoritarios, jefes autoritarios, regímenes
políticos y policiales autoritarios – en pocas palabras, a palos por todos lados – son
vergonzosos nuestros índices de violencia intrafamiliar, violencia sexual, incluso dentro
del núcleo familiar, femicidio, infanticidio, embarazos precoces por violación, abusos de
poder, corrupción desenfrenada. ¿Realmente necesitamos mayores evidencias de que “a
palos” no funciona?
Como ha escrito el Dr. James Gilligan, profundo estudioso de la violencia humana, cuando
las evidencias de cientos de años sugieren que una hipótesis no funciona, lo lógico sería
descartarla. Pero no … la idea de que la única forma de generar comportamientos
moralmente aceptables es a palos no está descartada. Ahí, en ese seminario académico de
alto nivel, viví su entusiasta ratificación.
Identifico ahí, con aterradora claridad, uno de nuestros mayores desafíos: mientras sigamos aferrados a la idea de que no tenemos otra opción que tratar de imponer valores morales a palos, seguiremos viviendo rodeados de gente carente de sentido moral, que llevará a la mayoría a seguir pensando que hay que imponerles valores morales a palos.
¡Tremendo círculo vicioso!
¿Podemos romperlo?
Pienso que sí, y que romperlo pasa, en primera instancia, por una honesta reflexión sobre
cómo hemos adquirido, cada uno de nosotros, nuestro sentido moral.
¿Es realmente el miedo al castigo el que nos inhibe de, por ejemplo, cometer una
infidelidad, o violar a una hija o a una nieta?
¿O hay algún otro freno?
Y si lo hay … que estoy seguro que lo hay en una enorme mayoría de nosotros … ¿en qué
consiste?
En su muy valioso libro The origins of virtue (Las bases de la virtud), Matthew Ridely
sugiere, y la idea me convoca profundamente, que la base más poderosa de la virtud es la
empatía. La secuencia es simple: sabemos cuánto duele que nos hagan daño … no
queremos causar dolor … no hacemos daño.
¿Podemos llevar a una persona a pensar así a palos?
Creo que no. Al menos no a toda la secuencia. A palos la llevamos al primer paso – saber
cuánto duele que nos hagan daño – sin duda. Pero el maltrato no genera el segundo paso, el
de la empatía, el deseo de no causar dolor. El maltrato más bien genera resentimiento, y
éste genera el deseo de causar dolor.
La empatía nace con el buen trato, con el respeto, con el cariño, con la bondad observada y
recibida. No a palos.
Quito, 27 de diciembre de 2023
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A continuación, mis comentarios del artículo "¿A palos?", Jorje Zalles en tres contextos diferentes.
1. Criar hijos
En el contexto de la crianza de hijos, la respuesta a la pregunta "¿a palos?" es un rotundo NO.
El castigo físico es un método ineficaz e incluso dañino para la formación del sentido moral. Los niños que son castigados físicamente son más propensos a desarrollar problemas de comportamiento, como agresividad, ansiedad y depresión. Además, el castigo físico puede dañar la relación entre padres e hijos.
En lugar del castigo físico, los padres deben centrarse en lo que llamare “Predictive Teaching” o “Enseñanza Predictiva”.
Como padre podemos predecir que le decisiones tendrá el hijo que tomar en el futuro, cercano o no. Si…