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A cada quien … De cada quien

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Karl Marx sugirió que las sociedades humanas deberían funcionar bajo el principio de que “a cada quién lo que necesita, y de cada quién lo que puede dar”. Significa que aquellos que tenemos la suerte de poderlo hacer debemos trabajar, crear, producir y generar riqueza, satisfacer nuestras legítimas necesidades, y luego ver, con plena generosidad, que lo que queda de la riqueza que hemos generado sea distribuida de tal manera que a nadie le falte, como mínimo lo que requiere para estar a salvo del hambre, el frío y las inseguridades básicas, y en el mejor de los casos, que todos tengan todo lo que necesitan para estar bien.

 

Me ha parecido un excelente ideal durante toda mi vida.

 

Pero lo ubico claramente entre aquellos ideales inalcanzables entre nosotros, los humanos actuales. Son varias las realidades que, salvo posibles y muy ocasionales excepciones, impiden que las sociedades, e incluso las familias, funcionen bajo ese ideal principio.

 

De un lado, no todos los que “necesitan” hacen todo lo que podrían hacer para satisfacer sus necesidades a base de su propio esfuerzo y trabajo productivo, y sin hacer daño a otros.

 

Hay, primero, el enorme contingente de personas que se dedican al robo, la extorsión, la estafa y demás actividades delictivas, que sí involucran trabajo, pero no productivo, y que definitivamente hacen daño a otros. La ONG internacional “Iniciativa global contra el crimen organizado transnacional”, con sede en Ginebra, Suiza, declara que “un 83% de la población mundial vive en condiciones de alta criminalidad”. Eso no quiere decir que un 83% de nosotros seamos criminales: significa que altos niveles de robo, extorsión, estafa y demás formas de obtener beneficios, haciendo daño a otros, están fuertemente presentes en las sociedades en las que vivimos 4 de cada 5 seres humanos. La experiencia de todos nosotros en América Latina lo confirma categóricamente: no pasa día sin noticias de asaltos, robos, secuestros, extorsiones y actos relacionados de violencia.

 

Luego, hay los millones de holgazanes y aprovechadores. Muchos simplemente no trabajan, y se dejan mantener o exigen ser mantenidos por sus padres o madres, esposas, prometidas, hijos, abuelos, cuyas necesidades deberían más bien ayudar ellos a satisfacer. Hace unos días, una señora que fue mi alumna hace más de 20 años me pidió que les asesore a ella y a su esposo ante el caso de una cuñada que obtuvo un préstamo con el aval de su madre viuda y anciana, no pagó el crédito, y ha dejado que la institución financiera acreedora embargue la casa en la que vive la señora anciana. He conocido más de un caso, en mi largo periplo por el mundo de los conflictos, de hijas e hijos de familias adineradas que gastan sin límite, pretenden que las empresas familiares corran con sus desmedidos gastos, y se consideran pobres víctimas si alguien en la familia – típicamente los miembros que trabajan y generan recursos – trata de ponerles límites.

 

Y también hay los millones de millones en todo el mundo que se aprovechan de las redes de protección social: viven … no bien, pero viven … de los subsidios para desempleados y programas similares, hacen solo mínimos esfuerzos para “buscar” trabajo, y pretenden seguir de beneficiarios permanentes o casi permanentes de los esfuerzos de otros.

 

Hay luego otros aprovechados, también millones y millones en todo el mundo, que han logrado un “puestito” … en el caso de los más sinvergüenzas, los “puestitos” de asesores de legisladores o funcionarios públicos, que ni siquiera asisten al “trabajo”, solo cobran, y le pasan una jugosa comisión al “benefactor”, y los otros, a quienes no sé si quepa describir como “menos sinvergüenzas”, que al menos asisten al lugar de trabajo, pero no hacen nada productivo, con frecuencia se dedican a trabar trámites y cobrar coimas para destrabarlos, justifican esa y otras desvergüenzas con el argumento de que el “sueldito” no les alcanza, y con tan singular motivo, de tiempo en tiempo, exigen aumentos salariales.

 

¿Sorprende, cuando conocemos todas estas realidades, que muchos, muchísimos se resistan a la idea de que “a cada quién lo que necesita”? Claro que no sorprende. Porque ahí están, por los miles y millones, los vivos, los sapos, los mañosos.

 

Y esos miles y millones de vivos, sapos, mañosos les brindan a muchos de los del otro lado, el de “los que pueden dar”, la excusa perfecta para no dar, no contribuir, e incluso irse en contra de las redes de apoyo social con el argumento de que esas redes constituyen un incentivo perverso para convertirse en un holgazán mantenido por el Estado.

 

Tampoco es que muchos de “los que pueden dar” necesitan incentivos de ese tipo para no dar. La mayor evidencia de profundo egoísmo social está, creo, en los comportamientos de muchas de las personas más ricas del mundo: hay los que simple y llanamente evaden impuestos, y hay otros que se aprovechan de diversas triquiñuelas para pagar menos de lo que en razón les correspondería pagar: según un estudio publicado por Oxfam America, en 2023, los miembros de las 400 familias más ricas de los Estados Unidos pagaron en promedio un 8% de sus ingresos en impuesto a la renta, comparado con el 13% pagado en promedio por todos los contribuyentes del país.

 

La actitud del hombre rico que solo busca acumular más y más riqueza, de los que hay muchos, es a mi juicio tan denigrante y carente de plena humanidad como la del hombre pobre que se queda en su miseria, se deja mantener, prostituye a su mujer o a su hija, solo para no tener que trabajar.

 

¿Qué tienen en común, y hace igualmente denigrantes las vidas de ambos?

 

Tienen en común al menos dos realidades: primero, la ausencia de un sentido de dignidad, tanto propia como ajena; y segundo, la ausencia de consciencia moral. Si una persona tiene claro sentido de su propia dignidad y una bien desarrollada consciencia moral, no puede serle aceptable vivir en calidad de holgazán mantenido, aprovechador de los demás. Y si está del lado de los que pueden dar, tampoco puede serle aceptable mantenerse impávido ante el sufrimiento ajeno, buscar pagar menos impuestos, denigrar los sistemas de legítimo apoyo social que brindan ayudas a millones que realmente las necesitan.

 

Si pudiésemos poner en práctica el ideal enunciado por Marx de “a cada quién lo que necesita, y de cada quién lo que puede dar”, tendríamos un mundo mucho mejor que el actual. Me resulta muy atractiva la idea de que produzcamos los que podemos hacerlo, nos beneficiemos hasta el límite de nuestra real necesidad, y luego pongamos lo que sobra a disposición de los demás, hasta el límite de su real necesidad, sin que nadie abuse de nadie.

 

Pero la propia realidad humana impide lograr ese ideal.

 

Aceptarlo no ha sido fácil para mí.  He dedicado grandes esfuerzos, durante toda mi vida adulta, a tratar de empujar grandes cambios, orientados principalmente a estimular el desarrollo de mejores seres humanos, que tengan la bondad de no querer estar bien haciendo daño a otros, la dignidad de no querer ser mantenidos, y la bondad también de no querer recibir ni acumular más de lo que cualquiera de nosotros necesita para vivir una vida agradable y tranquila. Esos son los seres humanos que harían (¿me atrevo a pensar “harán”?) posible el ideal.

 

Tampoco me ha sido fácil aceptar que hay razón, y mucha, en una pregunta que hace algunos años me hizo una persona muy querida: “¿Realmente crees,” me preguntó desafiante, “que los seres humanos podemos llegar a vivir en paz?” Respondí, y respondo aún ahora, que sí. Creo que los humanos podemos llegar a vivir en paz, y podemos llegar a vivir bajo el principio de a cada quien lo que necesita y de cada quien lo que puede dar … pero nos falta mucho, mucho para poder llegar ahí

 

He venido a aceptar, a la vejez, que esos ideales, si eventualmente son alcanzables, no lo son aún, ni lo serán hasta que mucho, mucho cambie en la realidad humana.

 

¿Significa esto que, al final del camino, termino un viejo decepcionado y amargado?

 

¡No! ¡De ninguna manera!

 

La conclusión a la que he llegado, luego de meditar sobre estos temas durante muchos años, es que, sin renunciar a los sueños ni dejar de contribuir lo que uno pueda a avanzar hacia su logro, es bueno bajar la mirada desde las estrellas hasta el horizonte, y desde el horizonte hasta los lugares más cercanos, y poner atención en aquello de bueno, incluso tal vez muy pequeño, que podemos lograr sin ninguna duda.

 

En su maravilloso poema Lines Composed A Few Miles Above Tintern Abbey, el poeta inglés William Wordsworth describió a la perfección aquello que siempre podremos lograr:

 

La mejor parte de la vida de una buena persona:

sus pequeños y frecuentemente olvidados actos de bondad y de amor.

 

Quito, 1 de mayo de 2024

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